sábado, 15 de octubre de 2011

Compaña

En sus 21 años de vida no había tenido nada interesante que hacer, trabajo un tiempo en las minas y después se dedicó a poner bebidas en el bar del pueblo, las propinas de una noche eran mejores que lo que podía ganar en las minas en una semana (contando lo que ganaba de las apuestas que hacía con sus camaradas).

Cuando llegó la guerra mintió sobre su edad para no ser llevado de conscripto, al principio la gente del pueblo lo veía como un traidor, incluso lo despidieron del bar donde trabajaba… Y sus padres no querían un traidor en casa, así que se fue a la capital. Encontró trabajo en la oficina de correos, desde abajo, es decir como ángel de la muerte, sería él el encargado de llevar los telegramas a las familias que habían perdido un miembro en combate, y sí, la mayoría eran para su pueblo.

La primera semana no fue bien recibido, le cerraban la puerta en la cara, lo golpearon y atracaron varias veces, lo normal para una persona de su clase en una sociedad conservadora y retrógrada como esa. Al paso del tiempo la gente cambio, ya que era la persona más joven del pueblo, con 23 años. Las viudas se le insinuaban, él le correspondía a algunas, pero realmente no podría con todas, las señoras que habían perdido un hijo le invitaban la cena, la cual aceptaba gustosamente.

Jamás paso de repartidor de la oficina de correos, cosa que le hizo reconsiderar su viejo pueblo, y así fue. Recuperó su trabajo, pero ahora se dedicaba a la parte administrativa del bar, cosa que hacía con un talento nato.

Una noche mientras veía la silueta desnuda de una de todas esas viudas a las que les correspondía comenzó a escuchar cadenas arrastrándose por la calle empedrada del pueblo, el sonido cesó rápidamente. Esa fue la primera de muchas noches que escuchó las cadenas, después el sonido no se iba, lo acosaba toda la noche y un par de meses más tarde las cosas empeoraron.

Cadenas, había aprendido a vivir con ese sonido por las noches ya no lo asustaba, ahora lo comenzaba a despertar un penetrante olor a alquitrán e incienso, no tardó en comenzar a escuchar cánticos, como si fuera una procesión en misa de réquiem. Fue entonces cuando despertó a una de esas viudas y le preguntó si escuchaba eso, al parecer él era el único que lo escuchaba.

Cansado de tantas dudas fue a hablar con el sacerdote, él nunca fue muy religioso, por ello  no recordaba el nombre del sacerdote, que lo había bautizado, le había dado la comunión y la confirmación (y ese mismo hombre, el sacerdote, era el causante de que muchas mujeres del pueblo hubieran tenido que huir embarazadas, pero no existía forma de comprobarlo, aún se andaba en caballo y carreta).

Luego de unos tragos y promesas de mujeres, el sacerdote le explico que por error lo bautizó con óleo de la extrema unción, culpa de una resaca mal curada. La leyenda dice que sólo esas persona son capaces de ver y escuchar a las almas que vagan por los caminos cercanos a los pueblos buscando quién se les una. La explicación no tranquilizó al joven, y el sacerdote solamente pudo decirle Jamás aceptes la cruz que lleve aquél que encabece la marcha.

Santa Compaña